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El jardín secreto de San Borondón

Vecinos de la zona de Telde limpian un terreno abandonado para construir un espacio verde

El jardín secreto de San Borondón

Los vecinos de San Borondón se reúnen cada tarde para trabajar juntos en una parcela del barrio, donde están construyendo un jardín urbano. En la imagen principal, una familia cuida de su parterre particular, ubicado dentro del terreno del barrio. Abajo a la izquierda, Delia Santana prepara la tierra junto con Leo y Pablo. A la derecha, Julia, otra de las integrantes, coloca un corta vientos para evitar que las plantas se estropeen. |Al norte del barrio costero de La Garita se encuentra la zona residencial de San Borondón, un espacio urbano considerado como ‘dormitorio’ al carecer de servicios o espacios de ocio. El descanso es la prioridad después de que los vecinos que ahí viven vuelvan de realizar sus actividades labores, lectivas o festivas. Sin embargo, desde hace apenas unos meses ha resurgido de entre la tierra seca y el asfalto una zona verde: un jardín secreto.

Cualquiera que quiera descubrir este rincón deberá introducirse en el laberinto de viviendas de esta zona, concretamente en el cruce de la calle Dalia con Chumbera. Una decena de plantas descansan en un terreno de tierra decorado por los residentes, que desde hace solo unos meses que tomaron la decisión de dar vida a un barrio que estaba dormido.

La historia de este jardín urbano comienza en el confinamiento, cuando la incertidumbre azotaba a la población a consecuencia de la crisis sanitaria provocado por el coronavirus. La inquietud actuó como la semilla que acabó germinando en un proyecto de unión vecinal y embellecimiento del barrio a través de un espacio común: un terreno de tierra con extensión de 2.500 metros cuadrados que hasta ese momento sólo se veía como un vertedero.

Una familia cuida de su parterre particular, ubicado dentro del terreno del barrio

Ana del Pino fue la primera en darse cuenta de las posibilidades de este espacio, que llevaba varias décadas completamente vacío y sin función alguna. “Durante el tiempo de confinamiento tuve una gran necesidad, como mucha gente, de ordenar la casa”, empieza a relatar la vecina, que explica que rebuscando para organizar los enseres de la vivienda se dio cuenta de que tenía una platanera que no sabía donde plantar y al observar la extensa parcela de tierra frente a su casa tuvo una idea: quiso aprovechar ese terreno para construir un pequeño jardín.

Recibió el apoyo de Lucía Santana, una familiar que tenía la misma proyección del abandonado solar que ella, pero el principal problema que les separada de su objetivo residía en el estado de la superficie plagada de cristales rotos, deposiciones de animales, plásticos e incluso de piezas de un inodoro. “Cuando se inició la desescalada, que podíamos salir a pasear a las siete de la tarde, tomé la decisión de limpiar poco a poco la zona”, explica del Pino. Su motivación picó la curiosidad de una veintena de residentes del conjunto de viviendas de alrededor. “Se mostraron muy interesados y comenzamos entre todos a limpiar la parcela”, añade la pionera de esta iniciativa.

La comunidad vecinal solicitó permiso para trabajar el terreno al Ayuntamiento de Telde, propietario de la parcela. “No solo nos permitió hacer uso de la parcela para construir un jardín urbano, sino que además se ha involucrado con el proceso de desarrollo, ofreciéndonos materiales de riego y plantación”, expresa la vecina, que agradece su intervención al concejal de Parques y Jardines, Álvaro Monzón. En menos de un mes consiguieron sacar del terreno unos 200 sacos de escombros, una tarea coordinada entre varias familias y en las que participaron tanto jóvenes como mayores. El segundo paso era efectuar una plantación. “Dividimos la parcela en diferentes trozos, para que cada vecino pudiera encargarse de plantar y regar una zona concreta”, explica Del Pino. Este método de trabajo no solo ha permitido que se trabaje con mayor rapidez, sino que además ha conseguido que el jardín crezca de forma orgánica y que se construya en base a la personalidad de cada integrante del proyecto.

Julia, otra de las integrantes, coloca un corta vientos para evitar que las plantas se estropeen.

Delia Santana, una de las participantes y residentes de la zona, asegura que “estamos trabajando mucho para sacar esto adelante; todos colaboran a su manera” y en su caso ha decidió decorar su parcela con piedras coloreadas. Otros vecinos han aportado diferentes materiales de trabajo, semillas e incluso “uno de los vecinos, que es un carpintero jubilado, nos ha construido bancos con palés”, explica la residente, que sostiene con emoción que este jardín urbano improvisado ha aportado mucho movimiento a esta zona residencial. “No nos conocíamos”, delata Santana, mientras que Del Pino añade que “muchos hemos vivido aquí desde hace 30 años y no nos sabíamos ni nuestros nombres”.

Los vecinos han plantado especies que no precisan de mucho mantenimiento ni exceso de agua, como los cactus o el aloe vera. “Al principio regábamos con agua de nuestras propias garrafas”, expresa Santana y añade que el Consistorio les ha cedido una cuba con capacidad para albergar hasta 1.000 litros de agua, que después el departamento de Parques y Jardines renueva cada mes. También el Cabildo de Gran Canaria se ha involucrado en el proyecto, ofreciendo árboles a los vecinos para que puedan aumentar el proyecto.

“No teníamos ni idea de jardinería, pero hemos ido aprendiendo poniéndole mucho empeño”, expresa Del Pino, que considera que este proyecto no solo ha mejorado la imagen del barrio sino que además ha incrementado las relaciones entre los vecinos. “Antes nadie pasaba por esta zona, ahora todas las tardes nos reunimos aquí; los niños juegan, aprenden a cuidar del espacio y las personas mayores se entretienen”, expresa.

Esta iniciativa vecinal ha pasado por el mismo proceso que el proyecto de Barrios Verdes, que nació hace un año en la urbanización Costa Jardín de Melenara. Un grupo de vecinos decidieron, igual que en San Borondón, limpiar una parcela abandonada para construir una zona verde. El Ayuntamiento ha puesto en contacto ambas comunidades de vecinos, para que con sus experiencias puedan retroalimentarse y mejorar su trabajo. La bióloga Cristina Fernández ha actuado en ambos proyectos, asesorando a los vecinos a la hora de labrar la tierra. “Pretendemos demostrar que Telde puede ser un municipio más respetuoso con el medio ambiente y las personas si todas las partes aportan lo mejor de sí mismas”, sostiene la experta.

Aún queda mucho por hacer para sacar todo el potencial de este jardín secreto. “Con las lecciones de Cristina aprendimos muchas cosas; somos conscientes de que esta es una zona muy ventosa, por lo que necesitamos cortavientos si queremos que crezca algo”, sostiene Del Pino, que asegura por otra parte que también necesitan cambiar la tierra por picón para garantizar un espacio más cómodo, que no se levante con el aire ni se encharque con la lluvia. Finalmente, la prospección en el terreno es diseñar un espacio bonito que consiga sintetizar lo urbano con la naturaleza, que además integre elementos decorativos realizados con materiales amables con el medio y reciclados.

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