La presencia de la Covid-19 no solo ha traído consigo consecuencias negativas para la salud física o la economía, también está haciendo mella en la salud mental. Los cambios bruscos en los hábitos de vida provocados por las restricciones, especialmente en el ámbito social, así como la sobreinformación o la incertidumbre propia de la situación que se vive a nivel global, han incrementado lo que recientemente la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha bautizado como fatiga pandémica. Una sensación de cansancio, apatía, insomnio o tristeza, entre otras, que, según los expertos, sobre todo se ha cebado con los sanitarios y cada vez tiene más presencia entre la población canaria.

“Hay que tener en cuenta que en una situación normal, cambiar un hábito sencillo requiere de un esfuerzo y suele generar también cansancio. Pero con el coronavirus estos cambios se han producido de manera brusca y obligada y es algo que al individuo le cuesta aceptar y afrontar”, explica Rosario Bordón, especialista en Psicóloga Clínica del Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín. Un hecho que desemboca en un “estrés prolongado en el tiempo” que termina por dinamitar el estado de ánimo de muchas personas.

“No podemos olvidar que somos seres sociales y que las restricciones impuestas en este sentido y que son muy necesarias, han modificado la forma que tenemos de relacionarnos. Ahora ni siquiera sabemos cómo saludarnos e incluso hay personas que han pasado a vivir completamente aisladas porque viven solas”, señala la psicóloga en relación al distanciamiento social recomendado por las autoridades políticas y sanitarias. Estas últimas ya han puesto las miras en la fatiga pandémica ante el temor de que provoque una relajación de cara a las medidas tomadas para frenar los contagios.

En cualquier caso, la limitación y reducción de contacto social no es lo único que ha dado lugar a que muchas personas sufran estos episodios. También han contribuido factores como el exceso de información, especialmente cargada de titulares y contenidos negativos o la incertidumbre ante el final de la crisis sanitaria. De hecho, la OMS alerta de que alrededor del 60% de los europeos sufren fatiga pandémica. En Canarias, aunque ha habido momentos complicados, “la situación ha sido más benevolente”, apunta Bordón. Se refiere al hecho de que, dada la evolución del virus en las Islas, la región ha podido quedar fuera durante esta segunda oleada de ciertas medidas estatales como el confinamiento o el toque de queda que han adoptado otras comunidades en el último mes.

No obstante, la psicóloga clínica cuenta que aunque este cansancio que afecta a la salud emocional ha tenido más presencia en el colectivo médico, sobre todo aquellas especialidades que han estado en primera línea en la lucha contra el virus, también se ha abierto paso entre la población. “Aquí hemos notado que ha aumentado el número de pacientes que presentan ansiedad, insomnio, que tienen síntomas depresivos o que han aumentado el consumo de tóxicos o de alcohol, entre otra sintomatología asociada a un estrés mantenido”, asegura.

Aun así, Bordón cree que será más adelante cuando la pandemia golpee con mayor dureza a la salud mental de muchos ciudadanos. “Hay que tener en cuenta que uno de los efectos de la presencia del coronavirus es la situación económica que se está generando. Ahora estamos hablando de dificultades por la falta de posibilidades de relacionarnos con los otros, pero hay una crisis económica esperándonos y esto va a agravar la sintomatología de la fatiga”, apunta la especialista del Negrín.

Por lo pronto, dormir y comer bien, realizar actividad física, practicar cualquier tipo de hobby y limitar la cantidad de información a la que se accede pueden contribuir a reducir este estrés, así como ayudar a prevenirlo. “También es importante que, a nivel social, a las personas no solo se les coloque como culpables cuando lo hacen mal, también hay que posicionarlas como parte de la solución del problema, porque esto aumenta la sensación de control y reduce esa fatiga, ya que el estrés genera esa sensación de indefensión en la que, hagas lo que hagas, no va a cambiar nada”, concluye Rosario Bordón.