Opinión | Isla Martinica

Epístola a los españoles

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / Iñaki Berasaluce - Europa Press

Cada vez me siento más seguro al pensar que Pedro Sánchez tuvo que haber recitado en alto los versículos de la Biblia en algún momento de la vida pasada y que, de aquella experiencia, proviene este afán profético tan suyo al igual que la cuidada imagen de mártir en construcción. Por si faltaba algún elemento para validar la composición, el protagonista publica una misiva en la antigua plataforma de Twitter, ahora denominada X, quizás presagiando la incógnita en la que deja a España su actual presidente. Esta epístola a los españoles, como prefiero llamarla, muestra cuán hábil es en el manejo de los tiempos y las situaciones, amén de acreditar que, como político e individuo que quiere perpetuarse en el poder, nadie le gana en estrategia y comprensión de las emociones básicas que mueven al electorado. Ya lo hizo con su particular periplo en coche por una España que no lo esperaba y menos todavía deseaba conocerle. Lo confirmó con el intento de pucherazo entre los de su cuerda, en el interior de las mismas oficinas de Ferraz, y lo volvió a repetir en la moción de confianza a Rajoy. Desde aquel instante hasta el presente, Pedro Sánchez ha encarnado a la perfección la evolución del duro antagonista, el correoso adversario que indigna y hiere al rival ideológico con el único argumento que le es posible, la descalificación. Sin embargo, cuando las pullas caen sobre él y su entorno, surge la doble vara de medir de los hijos de la progresía: para los de enfrente, el asedio y el calculado hostigamiento, sí valen; para los nuestros, ni remotamente.

En fin, parece que, en estos momentos, la vía a explorar por el Secretario General del PSOE es la de hacerse la afligida víctima de una inexistente trama de conspiración mediática, cuando si algo hay en la izquierda nacional es el trinque y la hipocresía, en forma de apropiaciones indebidas, malversaciones a troche y moche, cenas pantagruélicas a costa del erario público –por favor, léase con la debida atención y la nariz convenientemente tapada el texto de la sentencia de los ERE en Andalucía–, prostíbulos compartidos en Canarias –prosigan la lectura con el sumario del caso del Tito Berni y el llamado Mediador, un tal Tacoronte–, las andanzas ministeriales de un antiguo cortador de troncos en plena pandemia –el aizcolari Koldo– y así hasta llegar a Luis Roldán y Filesa y los demás episodios de corrupción en los albores de la Transición. Decir que van contra su familia, contra su amada mujer, y olvidar la persecución sufrida por Isabel Díaz Ayuso y otros tantos representantes de instituciones gobernadas por los opositores al régimen es faltar a la dignidad moral, una expresión que resulta obscena en la carta del Presidente de España. Si de veras pretendía lanzar un órdago a la grande, lo mejor hubiera sido dimitir y, acto seguido, convocar elecciones generales y dejarse de patrañas. Un país, como el nuestro, cansado de adoctrinamientos en la escuela y en los medios informativos pagados por todos, harto de unas supuestas superioridades morales jamás contrastadas y empachado de prohibiciones cancelatorias a mansalva, necesita de un gobernante competente al timón, sensato en el juicio y prudente en la acción, y no un artista de la añagaza y el engaño político.

Con la epístola de este aspirante a mártir, se confirma la caída del caballo del otrora soberano todopoderoso. Ha visto que la justicia le acorrala y que los españoles le niegan allí donde acude. Otro, en su lugar, hubiera sentido el aguijonazo moral muy dentro, pero él, hombre soberbio y prepotente donde los haya, nota, por el contrario, una leve y extraña pérdida de estabilidad en la alfombra roja, ese particular atributo al que se ha acostumbrado con el paso del tiempo. Dichosos los pacientes porque ya vislumbran la salida del túnel, aunque, la verdad sea dicha, nunca se sabe en esto de la política. Tal vez la pirueta de Sánchez pueda ser el revulsivo que tanto anhela el personaje para atornillarse definitivamente al poder. Habrá que aguardar al giro de los acontecimientos, mientras tanto la realidad le ha dado un serio aviso al autócrata en forma de diligencias previas a su señora esposa.