Opinión | Retiro lo escrito

Nostalgias y fantasmas

Turistas pueblan Playa del Inglés durante la recién finalizada temporada alta.

Turistas pueblan Playa del Inglés durante la recién finalizada temporada alta. / ANDRÉS CRUZ

Et in Arcadia ego. Sin memoria no habría muerte, de igual manera que sin turismo no habría patrimonio cultural y sin seres ajenos (turistas e inmigrantes) no se discutiría la identidad colectiva. Una de las mayores energías que circula por el creciente malestar social en Canarias es una nostalgia traicionada por el desarrollo maligno reventado en un presente que conspira contra nosotros. En nuestra Arcadia reina la muerte. Esta politización de la nostalgia es tan asombrosa que llega a añorar, sin sonrojo, el hermoso jardín de la Hespérides donde vivíamos. Luego te infectabas, pillabas una septicemia y morías antes de los cuarenta años pero, eso sí, rodeado de una belleza incomparable. Este malestar emocional, el malestar que sirve como uno de los combustibles a las manifestaciones de mañana, es en buena parte generacional. Como dice una amiga «parece que todos hemos llegado a la crisis de los 50 al mismo tiempo», tengas cuarenta y muchos o sesenta y pocos. Alguien me contaba que los charcos en los que se bañaba de pibe «ahora están siempre llenos de gente o llenos de mierda». Seguro que tiene razón, pero la gran mayoría de esa gente no son turistas y suya no es la mierda de los charcos. Contradiciendo a Pablo Milanés, son las islas las que ya se han abarrotado/usted mira a todos lados/y lo ve lleno de gente. Vivimos todo el tiempo en cola, sí. Pero tengo problemas para condolerme con aquel que añora Las Lagunetas de 1980 o El Médano de 1990. Que maravillosos domingos asando chuletas o bañándote en Playa Chica. La esperanza de vida en 1980 era de 74 años y hoy es de 82. Disponemos de un sistema sanitario público amplio y sólido, se han multiplicado por cuatro el número de estudiantes universitarios, el pleitismo ha desaparecido, los canarios viajan más que nunca entre las islas y con el resto del mundo, las pensiones se han incrementado como media por encima del coste de la vida, jamás se habían concedido tantas becas y ayudas estudiantiles, el consumo cultural y la conciencia de una identidad singular, dinámica y compleja sobre un territorio propio ha crecido. Con todos los problemas estructurales de la sociedad isleña –algunos tan graves como urgentes– los canarios no han caído en ningún infierno en el último medio siglo y decir otra cosa no es solo falso, sino una irresponsabilidad.

¿No hay inmigrantes? Pues que sean turistas. En otros lugares los inmigrantes son el mal, la amenaza, el envés tenebroso, los fantasmas vivos que vienen a arrebatarnos todo, aquellos que desfigurarán nuestro rostro cultural y enterrarán nuestra memoria. En Canarias no ha ocurrido eso. De los 2.213.000 residentes en Canarias más de 350.000 son nacidos en el extranjero: colombianos, venezolanos, argentinos, italianos, ecuatorianos, rumanos. ¿Cuál es la tasa de desempleo media entre esos nuevos canarios? Poco más del 10%, es decir, seis puntos porcentuales menos que la media del país, sin contar con una economía informal que florece a su alrededor. En cambio la población canaria ofrece desde 2018 un crecimiento vegetativo negativo: mueren más canarios de los que nacen. El papel oscuro y amenazador de los inmigrantes en otras comunidades lo encarnan aquí y ahora los turistas porque son más visibles (o espectaculares) sus huellas en el consumo del territorio y otros recursos. Hay un inequívoco componente de clase: el turista es rico porque viene aquí y yo soy pobre porque, en el mejor o peor de los casos, debo trabajar para ellos. Así se llega a eslóganes tan estúpidos como que no es Canarias la que vive del turismo, sino el turismo el que vive de Canarias. Parece que si cerraran sus hoteles en Canarias los empresarios catalanes y baleares se arruinarían. Pues no. Se irían a Marruecos. Como seguramente harán en diez, quince años. El turista responde la necesidad de otro en el que responsabilizar los cambios destructivos, la incomodidad cultural, el apocalipsis medioambiental, nuestra inermidad frente a élites estúpidas. Es otro perfecto para asumir el papel de adversario: siempre viene y siempre se va y es el mismo.

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