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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Ahora sí

Varios compañeros que se han dirigido al expresidente del Cabildo de Tenerife Ricardo Melchior para solicitarle declaraciones sobre la mefítica operación de compraventa de terrenos del CD Tenerife en Geneto han obtenido la misma lacónica y divina respuesta: “Ahora no”. Qué simpático. Al parecer el señor Melchior cree que puede decidir cuándo le place conceder explicaciones a los ciudadanos sobre un asunto tan grave y delicado como el destapado con la publicación de un informe de un alto funcionario del Cabildo Insular remitido a la Fiscalía, a la Audiencia de Cuentas y a otros órganos de control público. Melchior está en la obligación política y moral de exponer explicaciones y CC debe pronunciarse de inmediato al respecto. Fueron más de catorce años ejerciendo una suerte de bonapartismo providencial al frente del Cabildo Insular. Una vez que tomó el control de la corporación, allá por 1999, Melchior quiso transustanciarse en el Cabildo mismo, cultivando un pequeño, enardecido y ridículo culto a la personalidad. Su vanidad llegó a ser proverbial, aunque solía dar el pego transmitiendo la imagen de un humilde patriarca que con su tímida sonrisa y su talento enciclopédico iluminaba el futuro común. Si uno escuchaba al presidente a principios de siglo no quedaba otro remedio que concluir que Melchior había sacado a Tenerife de la prehistoria y que los tinerfeños solo tenían razones para idolatrarlo. Otro mandato más y hubiera terminado adjudicándose el Teide como un modesto logro de gestión.

José Segura hizo del Cabildo tinerfeño una institución democrática, más abierta a la sociedad civil de su época, y Adán Martín la modernizó técnica y organizativamente. En los veinte años anteriores a Melchior la corporación había desarrollado un amplio conjunto de sociedades públicas con el que unos políticos de centroderecha –es muy curioso– pretendían sustituir a fuerzas empresariales inexistentes o muy débiles para avanzar en la diversificación económica y la capacidad científica y tecnológica de la isla. Jamás fueron debidamente evaluadas y Melchior prefirió conservarlas –casi siempre progresivamente vaciadas de impulso director y programático– como extensiones de su propia influencia y personalidad. Durante mucho tiempo el Instituto Tecnológico de Energías Renovables, por ejemplo, acogió proyectos e individuos más propios de las fantasías infantiles de Sheldon Cooper que de un centro de investigación. Y se hacía bajo la protección, y a veces la imposición, del señor presidente. Melchior jamás fue un hombre de equipo: prefería las lealtades perrunas al compañerismo colaborador. Secreteaba en su propia administración sin consultar a nadie, como un monarca supuestamente ilustrado distrayendo a sus validos. Por eso no me parece una hipótesis descabellada que la operación de compraventa de los terrenos del CD Tenerife con el patriótico objetivo de que no desapareciera el equipo –como si a los tinerfeños nos debiera importar que un maldito equipo de fútbol desapareciera o no, como si se tratara de un centro avanzado de tratamientos oncológicos y no de un club de fútbol históricamente mediocre y batatero– fuera una operación que llevara muy personalmente el expresidente sin facilitar la información –y en especial la que pudiera resultar, digamos, más escabrosa– ni a su equipo, ni a los máximos responsables funcionariales del cabildo, ni a su socio de gobierno ni a la oposición. En todo caso la Fiscalía lo investigará diligente y detenidamente. Debe hacerlo. Es imprescindible que lo haga.

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