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Ánxel Vence

Las Cortes de Sálvame

Se interesaba el otro día una senadora por la vida íntima de cierta ministra a la que reprochó compartir vida y lecho con “un machista”, que vendría a ser, además, vicepresidente del Gobierno. A la pregunta, formulada “de mujer a mujer”, como en los culebrones, la interpelada respondió, muy en razón, que ella se mete en la cama con quién le da la gana. Ninguna de las dos puso los brazos en jarras, que sería lo propio para cargar de intensidad dramática el diálogo.

La escena se desarrolló en el teatro del Senado, pero bien podría tener cabida en el plató de Sálvame o en cualquier otro de los innumerables programas de Todo a Cien con los que se alfabetiza sentimentalmente a la parte más desprotegida de la sociedad.

Días después de este lance de cotilleo entre vecinas, el circo de dos pistas se desplazó al escenario del Congreso, donde a menudo se representan números de fieras ya en desuso dentro del ámbito circense. Allí intervino un bravo domador de antiespañoles que saltó a la pista para denunciar una conspiración judeo-masónica de vastas proporciones, como no se recordaba desde los tiempos del Caudillo.

El diputado aspirante a la presidencia del Gobierno reputó de cobardes, traidores y criminales a muchos de los allí presentes, para señalar, ya de paso, a los que forman parte de la conjura. Estos serían, entre otros, la Unión Europea, la Organización Mundial de la Salud y la China comunista, en secreto contubernio con los inmigrantes y el Gobierno que preside Pedro Sánchez a las órdenes del plutócrata George Soros. Pobre España, enfrentada a tan colosales enemigos.

Congreso y Senado forman las Cortes que constitucionalmente representan al pueblo español, lo que no quita que “corte” sea también, en una de las acepciones del diccionario de la Real Academia, el “corral o establo donde se recoge de noche el ganado”. Habrá quien diga no sentirse representado por tan espectaculares diputados y senadores; pero ese sería un error.

Bien al contrario, la aritmética de las urnas sugiere que todos ellos fueron escogidos por los votantes. Cierto es que el sistema electoral basado en listas cerradas no favorece gran cosa la excelencia de los representantes populares; pero tampoco hay que engañarse. Los sistemas mayoritarios de elección más o menos directa, como los anglosajones, no han impedido tampoco la irrupción de sujetos tan inquietantes -incluso desde el punto de vista psíquico- como Donald Trump o Boris Johnson.

Puede que algunos o muchos de nuestros congresistas no destaquen por su agudeza; pero igual no se podría esperar otra cosa de un país en el que Belén Esteban encabezó las listas de libros más vendidos y hasta interviene en política para dar sentidos vivas al rey. También los dio días atrás el candidato frustrado a la presidencia del Gobierno, lo que acaso haya contribuido a llenar de melancolía el palacio de la Zarzuela.

Parecida pesadumbre reinará, tal vez, en los ciudadanos representados por una senadora y una diputada capaces de convertir el Senado en una corrala de vecinas; o por un candidato a presidente que recuerda a un presentador de programas esotéricos de televisión. Si esto sigue así, estamos a dos telediarios de que los productores de Sálvame le planten a las Cortes una querella por intrusismo profesional. Tiempo al tiempo.

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