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Ángel Tristán Pimienta

El que tira una piedra al cielo, encima le cae… siempre

Esto ha sido de justicia poética”, fue el seco comentario de una señora al enterarse en el informativo de TVE, mientras desayunaba a mi lado en ‘Los Manolos’, en Ortigueira, que Donald Trump y su mujer Ivanka idem tenían la temible covid. Yo apostillé con una sentencia de la Biblia que suelo emplear a menudo: “El que tira una piedra a lo alto, encima le cae”. Además, la caída del tenique está afectando de manera particular y muy ejemplarizante a aquellos, gobernantes o gobernados, que con ciega soberbia o abracadabrante ignorancia, han desafiado la voz de los científicos y la del ‘por si acaso’. Vuelvo con las reflexiones de Qohélet: “Si de una cosa dicen ¡mira, esto sí que es nuevo!, es cosa que ya existió en los siglos que pasaron antes de nosotros”.

El presidente de Estados Unidos ha sido el último de los políticos irresponsables y bocazas contagiados: antes que él otros que se tomaron el coronavirus a cachondeo y frivolizaron con sus efectos, como el brasileño Jair Bolsonaro y el británico Boris Johnson no sólo se han infectado sino que sus países están a la cabeza de muertes.

En España hay un ejemplo equivalente: el gobierno frívolo a fuer de friki de Ayuso en la Comunidad de Madrid, y el gobierno más educado pero igual de temerario de Martínez-Almeida en el ayuntamiento de la Capital han estado utilizando el coronavirus como un garrote político contra el Gobierno de la Nación, siguiendo ‘a pies juntillas’ las directrices frentistas de Pablo Casado, que podría resumirse en el lema de ‘leña al manzano hasta que caigan nísperos”.

Los datos virológicos son elocuentes: Madrid es hoy una referencia mundial de pésima gestión epidemiológica. Tal es la magnitud del problema que ha afectado gravemente a la ‘marca España’, tan querida aparentemente por los populares. Por supuesto, la prensa conservadora mira para otro lado y lanza gruesos chorros de tinta. La decisión de la mayoría de las autonomías y del gobierno nacional, basadas en la evidencia y en el consenso casi unánime de la comunidad científica y de las organizaciones internacionales, de imponer medidas más efectivas para ‘aplanar la curva’… han sido insensatamente descalificadas y combatidas ‘ipso facto’ desde la derecha.

El consejero de Sanidad madrileño daba, creo que sin querer, una pista de tufillo nacionalista, que le escuché el viernes en 24 Horas de TVE mientras tomaba notas para este artículo: “para defender nuestro autogobierno y nuestras competencias”. No le escuché que fuera también para defender la salud y la vida de los madrileños. También Díaz-Ayuso tuvo covid. Igual que algunos ‘echados p’alante’ de VOX que promovían caceroladas en defensa de la libertad de contagiar y ser contagiados, en el fondo, que era la reivindicación de no llevar mascarillas de ‘rojos’.

Ahora, trasquilados, tratan de disimular y de que se olvide esta contribución a la extensión del virus presentando una pintoresca e inviable moción de censura; a no ser que una de las secuelas del contagio sea el trastorno mental transitorio, o no. Igual podría ser crónico. El fanatismo y la estupidez es lo que tienen.

La enfermedad de Trump (a la covid19 me refiero) le viene en un mal momento. En vísperas de las presidenciales del 3 de noviembre se le acumulan las malas noticias, si bien él, en su mundo irreal las llama ‘fake’. Pero no lo son: la pandemia no era ni es ‘fake’: USA ha superado los 200.000 muertos. Una cifra que sigue creciendo.

Esto puede tener peso en el momento del voto por muchas razones: y una que es clave en Estados Unidos es el impacto que está teniendo la covid19 en la economía y el empleo. Otra novedad de enorme efecto e impresión es la exclusiva dada por el NYT de las trampas fiscales del magnate – y cada vez más presunto mangante- que durante muchos años no ha pagado a Hacienda a pesar de su riqueza. Su contrincante el demócrata Joe Biden ha estado rápido: ha publicado sus declaraciones de la renta. Ha pagado 300.000 dólares al fisco. Y la penúltima pésima nueva es esta de su contagio: el aquelarre de sus mítines sin mascarillas ni distancia física y su onírica referencia supremacista a la genética blanca como vacuna milagrosa… no son la mejor propaganda para conseguir la reelección.

Pero todo puede ocurrir. Incluso lo imposible. No me extrañaría que alguien comenzara a denunciar una enésima conspiración masónica izquierdista internacional contra el ‘payaso’, como lo llamó un educado pero exasperado Biden harto por las continuas interrupciones del errático tuitero en Jefe en el primer debate de televisión. Putin y Xinping, Orban y Kazinski, Johnson y Netanyahu, Bolsonaro y las multinacionales depredadoras y los cínicos negacionistas necesitan a un tonto solemne en la Casa Blanca.

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