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Elizabeth López Caballero

El lápiz de la luna

Elizabeth López Caballero

Ver para entender

La otra noche vi “Adú”, una película del director Salvador Calvo que narra la odisea a la que se enfrenta un niño de seis años cuando abandona la aldea en la que vive para llegar al paraíso: Europa.

Imagínate que vives en un poblado azotado por el hambre, por la falta de agua, por el sida y por las mafias que explotan sexualmente a los niños y asesinan a sus padres. ¿Querrías huir?

Imagínate que vives en un poblado azotado por el hambre, por la falta de agua, por el sida y por las mafias que explotan sexualmente a los niños y asesinan a sus padres. ¿Querrías huir?

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El largometraje me conmovió, y no porque su protagonista fuese un niño, sino porque Calvo nos muestra el horror que se vive en toda África y el por qué llegan cientos de inmigrantes casi a diario a nuestras costas. Imagínate que vives en un poblado azotado por el hambre, por la falta de agua, por el sida y por las mafias que explotan sexualmente a los niños y asesinan a sus padres. ¿Querrías huir?

Imagínate que tu única forma de sobrevivir, la única manera de conseguir un trozo de chocolate con el que evitar una hipoglucemia, fuera prostituyéndote con apenas seis años. ¿Querrías huir?

Imagínate también que durante ese periplo ves morir a tu hermana. ¿Querrías huir?

Reza el manido dicho que “ojos que no ven, corazón que no siente” y quizá eso es lo que nos está sucediendo a los occidentales. Vemos en nuestra pantalla plasma y, acomodados en el confort del sofá, las noticias de cómo arriban centenas de inmigrantes a nuestras playas y nos escandalizamos. Quizá porque no somos conocedores del horror del que huyen o quizá porque no nos interesa. Las autoridades les dan de comer y un colchón bajo una carpa y lo aceptamos a regañadientes pero si los alojan en un complejo turístico en el sur de la isla se incendian las redes sociales de insultos y de racismo. Parece que todos somos expertos en políticas de inmigración o en relaciones internacionales desde el muro de nuestro Facebook.

“No soy racista pero…”. ¿Pero qué? ¿Que se vuelvan a su país? ¿Que los echen a los tiburones de aperitivo? Todo el mundo critica dónde han alojado a los inmigrantes pero nadie ha hecho mención de que gracias a ese alojamiento treinta y siete trabajadores no están en situación de ERTE o de desempleo. Treinta y siete familias blancas van a poder comer gracias a los inmigrantes negros. ¿No les parece curioso? La pobreza es el reflejo del fracaso de una sociedad. Y la ignorancia también. África se muere de hambre desde hace siglos. Se le seca la vida por dentro y por fuera entre tormentas de arena que entierra a los africanos en el olvido. Un continente inadvertido por Europa. Un punto negro lleno de pus que no explota. Este artículo pretendía ser una recomendación cinematográfica. Todos deberíamos ver “Adú” porque si aún albergamos un poco de humanidad en el fondo de nuestra putrefacta alma acostumbrada las comodidades de país primermundista, cambiaremos nuestra visión de la realidad y donde ahora vemos a un negro que quiere quitarnos el trabajo, convertirnos al islam o esclavizarnos, tal vez veamos a un ser humano igual que nosotros, con mucha más mala suerte que la nuestra por donde fue escupido por Dios en el momento de su nacimiento.

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