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Elizabeth López Caballero

El lápiz de la Luna

Elizabeth López Caballero

El estigma de las enfermedades mentales

Querida ansiedad, yo creía que tú eras algo que les sucedía a los demás. Algo de lo que la gente hablaba y, a mí, conocedora de la psique humana, no me afectaría. Como si fuera inmune. Como si tener ciertos conocimientos sobre los trastornos de la ansiedad o de la depresión me diera un pase a la zona vip de los “elegidos” para no sentir esa angustia que se te agarra al pecho y hace que veas pasar, cual tráiler de una mala película, la vida ante ti. Y resulta que soy más débil de lo que juzgaba o, quizá, más valiente, más humana, más real. Apareciste en mi vida el veinte de marzo. Hacía pocos días que nos habían confinado y ya me latía en el instinto que aquello no iba a ser solo una quincena. Que se iban a suceder una tras otra hasta que la naturaleza le bajara la soberbia a los seres humanos. Apareciste ronroneando como un gato y yo supe con los primeros sudores que eras real. Le siguieron los ataques de llanto, la necesidad imperiosa de escapar. De escapar, ¿de qué? ¿O de quién? ¿De mí? Se le sumaron las palpitaciones. El insomnio y el miedo. Todos ellos jugaban conmigo dándome alguna tregua durante el día pero sin intención de querer abandonar nuestra “nueva” amistad. Pasé días y noches con rumiaciones: ¿Será esto el fin? ¿No podremos escapar de este virus? ¿Seguirán muriendo novecientas personas a diario? ¿No podremos volver a nuestro trabajo? ¿Y mi familia? ¿Y mis alumnos? ¿No podré volver a ver ni a oír sus sonrisas despreocupadas? La apatía se instaló a mi lado del sofá –que solo abandonaba para dirigirme a la cama– y mis amistades empezaron a cansarse de darme ánimos… Y entonces llegó el estigma. Sí, el estigma al que están abocadas las personas con algún desorden mental, desde un trastorno de ansiedad generalizada (TAG) hasta un trastorno de la afectividad como la depresión o los, aún más “rechazados” por la sociedad, trastornos psicóticos. ¿Y esto por qué? Quizá porque nos enseñaron a mirar más hacia afuera que hacia adentro, ansiedad, y tú no eres la hermana bonita a la que todos quieren sacar a bailar. Porque llorar, sufrir, tener ataques de pánico son sinónimos de debilidad en una sociedad superficial en la que no “estar en tus cabales” está mal visto. Ansiedad, yo pensé que después de pasar todas las fases y de empezar a gozar de esta “nueva normalidad” donde puedo salir y disfrutar de los míos y de ese bien tan preciado –y tan poco considerado– como es la libertad, tú desaparecerías. Pero no ha sido así. Sigues agazapada en algún lugar haciéndome sentir miedo a otro confinamiento. Con cada noticia de nuevos brotes o de nuevas muertes aparecen los sudores en las manos y la hiperventilación. ¿Hasta cuándo? Me pregunto a veces desesperada. ¿Has venido para quedarte? ¿Así de tóxica va a ser nuestra relación? Lo peor de todo es el silencio, ansiedad, el silencio con el que he empezado a vivirte porque si hablo de ti solo me llegan mensajes positivos al estilo Mister Wonderful: “¡Mira el lado bueno! ¡Tampoco ha sido para tanto! ¡Ya pasó! ¡Cosas peores hay! ¡Esto nos hará mejores personas!” Pero yo no me identifico con ninguna de esas expresiones. Yo tengo miedo, ansiedad, Te tengo miedo. Miedo a ti y a tus síntomas. El otro día me dijeron que las secuelas de un confinamiento de estas características no dejan a nadie indemne pero hay quienes lo cuentan y hay quienes lo callan. Ojalá, ansiedad, con esta carta te normalicemos y, así, el hecho de dejarte vivir entre los pliegues de mi alma ya no sea una vergüenza.

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