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Hostelería | Cierra un ‘templo’ de la playa

Adiós a los perritos calientes más famosos de la ciudad

El responsable del ‘Ricardo’ de Las Canteras se jubila y busca a un nuevo propietario para el local | Las salchichas siguen a la venta en el polígono industrial La Cazuela

Adiós a los perritos calientes más famosos de la ciudad

Los polsevogn, pequeños puestos que sirven comida callejera, son un emblema de Dinamarca. Svend Hedgard, que procedía del país nórdico, llegó un buen día a Las Palmas de Gran Canaria a comienzos de la década de 1960 cargado con uno de ellos y comenzó a vender perritos calientes en una esquina de la playa de Las Canteras justo cuando el turismo comenzaba a despuntar.

Aquel carromato se convirtió con el paso del tiempo en un establecimiento llamado Ricardo, como el yerno de Hedgard, hasta que en 1987 el danés decidió vender el negocio a cuatro hermanos de Tejeda. Los Cabrera -Eloy, Julio, Francisco y Germán- no solo mantuvieron el nombre y el espíritu del local, sino que lo consolidaron como uno de los lugares favoritos de los grancanarios para reponer fuerzas antes o después de una tarde playera, pero ahora, tres décadas después, se jubila Eloy, el único que continuaba cada día detrás de la barra. El establecimiento está en venta y los perritos calientes más famosos de la ciudad dicen adiós, aunque no todas las esperanzas están perdidas.

Fue uno de los primeros locales de la zona que se apuntó al reparto a domicilio

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“Esto está preparado para que lo compre alguien y pueda continuar”, explica Eloy mientras repasa uno a uno todos los detalles que hacen del Ricardo -oficialmente bar Nuevo Refugio, igual esta popular zona portuaria- un establecimiento único. Allí siguen sus sillas y mesas rojas listas para volver a recibir a los playeros más hambrientos, porque como subraya el responsable del Ricardo, “esto se vende: el negocio y lo que está dentro, también el letrero de fuera, y es un local rentable”.

A pesar de que a Eloy le gustaría seguir, la salud le ha dado algún que otro aviso y piensa que un traspaso en alquiler no sería lo más conveniente, porque continuaría vinculado con el día a día del establecimiento y necesita desconectar del ajetreo de la hostelería tras más de cincuenta años en el tajo. Subraya con tristeza que “no quería vender el negocio cerrado, sino con la puerta abierta”, pero reconoce que seguir adelante no es aconsejable. Aunque dos de sus hermanos continúan como socios, hace años que se dedican a otras ocupaciones y él no puede asumir solo el intenso ritmo vital que supone mantener abierto un establecimiento durante buena parte del día: “La vida se me fue, porque esto es un sacrificio muy grande”. Después del cierre forzado por el estado de alarma no han vuelto a abrir y lo que en principio parecía una pausa momentánea se ha convertido en una despedida definitiva.

Los clientes aún paran por la calle a Eloy Cabrera para preguntarle cuándo volverá a abrir

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Aunque Hedgard y su familia fueran los que pusieron en marcha el negocio, quienes le acabaron dando la fama fueron los Cabrera, que desde que se hicieron con él lo pusieron al día con sucesivas reformas en el establecimiento y nuevas propuestas en la carta. “Nosotros cogimos esto con el personal y en el año 1990 hicimos la reforma”, rememora señalando el lugar donde se encontraba antiguamente la barra. En aquel tiempo, la carta estaba compuesta por los perritos -con pepinillo o cebolla- y las papas locas, pero los nuevos propietarios decidieron ampliar la oferta. “Metí una variedad de diez perritos, todo lo que pedía la gente”, explica Eloy. Tras el surtido de hot dogs llegaron las hamburguesas, primero las normales y después las súper, con queso, huevo y jamón. “Hubo un momento en el que los domingos tenía puestas a la vez seis freidoras de papas”, recuerda.

Salchichas en venta

La materia prima de la que se abastecía el local cambió poco con el paso de las décadas. Las primeras salchichas que vendía Hedgard eran de la marca Tulip, pero al poco tiempo una fábrica instalada en la calle Curva por un compatriota suyo, Arne Kjaerulff, comenzó a abastecerle de las tradicionales salchichas rojas danesas sin salir de Las Palmas de Gran Canaria. La casualidad quiso que allí trabajaran los Cabrera y gracias a la buena relación con unos y con otros acabaron pudiendo comprar los dos negocios, el bar y la fábrica, que aún continúa abierta, aunque ahora en otra ubicación. Quienes tengan magua de los perritos que comían en el Ricardo siempre podrán seguir acercándose hasta las instalaciones que tiene la firma Arne en el polígono La Cazuela para hacerse con buena parte de sus ingredientes.

“Esto está preparado para que alguien lo compre y continúe”, asegura Eloy Cabrera

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En el establecimiento, Eloy siempre estuvo atento a ir mejorando poco a poco con pequeños detalles que mejoraban tanto el trabajo de sus empleados como la experiencia de sus clientes. Se las ingeniaba igual para pensar en un aparato donde poner las servilletas de los perritos que para colocar ruedas al equipamiento de la cocina y así hacer más fácil la limpieza, y poco antes de que la pandemia llegara ya tenía pensado sustituir el viejo listado de precios de la entrada por una gran pantalla de televisión donde se fuera mostrando la carta y el trabajo en vivo al otro lado de la barra. También estaba atento a las novedades que le permitían continuar ampliando el negocio y fue uno de los pioneros -“El primero que empezó en esta zona fui yo”, asevera- en apuntarse a los servicios de reparto de comida a domicilio para restaurantes allá por 2012. “Metí a CanaryFlash, después Just Eat, y fue un boom”. Tanto se notaba el incremento de pedidos que tuvo que incorporar a un nuevo trabajador.

Aunque lo creó un danés, fueron cuatro hermanos de Tejeda quienes le dieron la fama

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Eloy, que al igual que sus hermanos comenzó a trabajar siendo aún un chiquillo, muestra con orgullo los artículos que a lo largo de los años han aparecido publicados en la prensa sobre el local y sus perritos, más conocidos que los de la plaza Santa Ana. Algunos de los reportajes siguen colgados de las paredes del Ricardo junto a las fotos de los cuatro hermanos y al gran cuadro de Tejeda que preside la zona de comedor, porque aunque lleve algún tiempo cerrado todo en el interior sigue igual, listo para que algún nuevo propietario quiera volver a poner en marcha las neveras y las freidoras. Clientes no le van a faltar, porque incluso mientras Eloy está cerrando la puerta del local se le acercan dos clientas para preguntarle cuándo volverá a abrir. “Tenemos ganas de un perrito”, le dicen. De momento tendrán que esperar o darse un salto al polígono industrial La Cazuela. Los perritos calientes del bar Ricardo, en la calle Salvador Cuyás del Puerto, han llenado de alegría los estómagos de los playeros durante décadas. Con la jubilación de su responsable, Eloy Cabrera, el local echa el cierre, pero puede que este adiós no sea definitivo, porque sus propietarios se muestran dispuestos a vender el negocio a algún comprador que quiera mantener la actividad y vuelva a abrir sus puertas.

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Cierre de Casa Ricardo

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