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Gáldar

Antonio Padrón y la Rama

El centenario del nacimiento del pintor galdense es una excelente ocasión para visitar su Casa-Museo y de paso acercarse al patrimonio prehispánico del Noroeste

Antonio Padrón y la Rama

Cuando se cumple el centenario del nacimiento del pintor galdense Antonio Padrón (Gáldar 1920–1968), no puedo por menos que recordar aquel verano de 1974, después de mi primer año de ejercicio como docente, cuando una vez comprobadas las carencias en materia de contenidos canarios en los libros de texto y la ausencia de material concurrente al hecho didáctico, inicié mi andadura por Gran Canaria en busca de respuestas.

Con la máquina fotográfica en ristre y unos carretes de diapositivas en la mochila empecé mi ruta -por razones de vecindad y afinidad- por la comarca norte de la Isla. Mi primer desplazamiento fue a la ciudad de Gáldar, para visitar un pequeño museo dedicado al pintor Antonio Padrón que, por una iniciativa familiar, se había inaugurado en el año 1971 (tres años después del fallecimiento del artista). Recuerdo haber solicitado y obtenido la ayuda de un policía local de Agaete, el cual me puso en contacto con sus homólogos galdenses que eran los que entonces custodiaban las llaves del museo, antes de que el Cabildo de Gran Canaria lo adquiriera en 1981.

Con la confianza puesta en la palabra dada, me encaminé hacia el museo al que entonces se accedía por una puerta discreta de la calle Drago, hasta llegar al patio empedrado donde estaba el edificio de dos plantas que fuera el estudio de Antonio Padrón flanqueado por un Tulipero del Gabón y un Árbol del Fuego. Fue aquella una visita y una experiencia en solitario que nunca olvidaré; mantengo aún hoy muy vivo el recuerdo de lo que me impuso el silencio que se respiraba en aquellas estancias padronianas, un silencio interrumpido solamente por el click de mi máquina fotográfica al disparar.

Mi primer acercamiento al pintor de Gáldar, por puro interés pedagógico, viene a colación de mis recientes conversaciones con César Ubierna, actual director de la Casa Museo, a quien le ocupa y preocupa la conmemoración del centenario de Antonio Padrón, en el marco de una pandemia.

Resonando aún los ecos de los lamentos estivales ante la suspensión de las celebraciones festivas de gran arraigo popular por mor de la Covid-19, tenemos todos muy claro que las suspensiones y restricciones se extienden también al tiempo navideño y de carnavales y que, por tanto, afectarán también a la conmemoración y, después de muchas conversaciones y reflexiones con César Ubierna, sobre la manera de celebrar a Antonio Padrón y su obra en la conmemoración del centenario de su fallecimiento, esta colaboración viene pues a celebrar la efeméride.

Después de muchas deliberaciones, César y yo acabamos centrándonos en el sentido festivo presente en la obra padroniana, partiendo de las tres ilustraciones que sobre la fiesta de La Rama nos dejó el pintor, una celebración que con el paso de los años se ha convertido en una seña cultural identitaria que ¿casualmente? se localiza y celebra mayoritariamente en varios municipios del noroeste de Gran Canaria y que independientemente de las advocaciones, supuestos orígenes, derivas e intenciones varias que las convocan, vienen todas a concluir en un denominador común como es el hecho espiritual que las sustentan y que hace que miles de personas participen, cada cual a su manera.

Observando sus dibujos percibo una intencionalidad teatral implícita cuya secuenciación no necesita de las acotaciones literarias al uso para indicar el principio, el nudo y el desenlace como en realidad es el tempo, en este caso, de una manifestación festiva como La Rama, que Antonio Padrón conocía y cuya convocatoria, a modo de principio teatral, protagoniza el sonido de las caracolas o bucios, llamando a quienes van en busca de La Rama de la misma manera que anuncian el regreso y hasta el recorrido de la misma según de donde vengan los ecos de dichos sonidos, que si bien estuvieron a punto de perderse con el devenir de los tiempos, la plástica de la Escuela Indigenista grancanaria y el propio Antonio Padrón, no sólo los recogen sino que ha servido de referente en su recuperación y que en palabras de César Ubierna viene a sintetizar la “…necesidad humana de las actividades festivas en todas las culturas, cuyo objetivo es el regocijo popular. En ellas los pueblos revelan sus mitos y creencias, el imaginario colectivo y sus concepciones más trascendentales son expresados en ritos y conmemoraciones”.

Ascendencia rural

No es mi intención centrarme en el estilo o corriente pictórica en la que se pueda o deba situar a Antonio Padrón y su obra, antes bien me ocupa la intencionalidad y proyección social de la misma, por lo que de referente supone en relación con las manifestaciones festivas de ascendencia rural y sus mundos mágicos religiosos (los ancestrales y los actuales), presentes en todas las culturas y que más que constreñirla y limitarla al ámbito local-insular en el que se genera, brinda la oportunidad de compararla y compartirla con otros movimientos pictóricos originados en entornos similares de latitudes diferentes, partiendo de conceptos universales como son “lo rural” y “lo festivo”, que a mi entender, no sólo libera de prejuicios y encorsetamientos localistas la obra del cronista pictórico del agro y las medianías de Gran Canaria, como fue y es en mi opinión Antonio Padrón, sino que por el contrario, la proyecta y ayuda a visibilizar su entorno y el patrimonio que alberga que no es poco.

Seguramente la obra de Padrón esté necesitada de esa proyección allende los mares contemplada por la dirección del museo entre los actos del centenario de su nacimiento, interrumpidos parcial y momentáneamente por los efectos de la pandemia. Estoy convencido de que cuando eso suceda, la reacción emotiva y afectiva de los espectadores de diferentes contextos culturales será la misma por efectos de reciprocidad ante lo desconocido, diferente y hasta exótico en algunos casos, partiendo de la base de que, dice Ubierna, “…el sentimiento festivo es un medio para crear lazos de pertenencia, para propiciar la construcción de una comunidad, pero también le confiere un carácter identitario al pueblo que la celebra al considerarla como fruto de la herencia del pasado...”

Los supuestos estados anímicos ya sean individuales o colectivos que se desprenden de la obra de Antonio Padrón, expresados a través del paisaje, sus colores y, sobre todo, de los personajes, mayoritariamente mujeres, se reflejan también en el nudo teatral de La Rama padroniana en la que el pintor refleja el ensimismamiento individual de quienes se entregan a la danza sin dejar por ello de pertenecer a una colectividad, que es sin duda una de las grandezas de la celebración, actitudes que después de muchas observaciones me han llevado a la conclusión de que hay tantas Ramas como personas participan en ella, de la misma manera que hay tantas esperanzas, ilusiones y perspectivas de futuro en cada una de las mujeres de sus cuadros, ya sean santiguadoras, curanderas, mujeres infecundas, expectantes ante uno de sus cuadro, echadoras de cartas, alfareras, queseras, jareadoras o campesinas en general.

Con la perspectiva que dan los años y después de tantas visitas y participación en experiencias didácticas propuestas por la Casa Museo Antonio Padrón, he ido profundizando en la solidez y contundencia (sin oportunismos ni ambages), del discurso pictórico padroniano, referido al papel vertebrador de la mujer en el ámbito rural, que lejos de desconocerlo lo interioriza por inmediato extrayendo las expresiones e intenciones propias de aquel modelo de economía de subsistencia campesina y marinera, tan dependiente de los elementos naturales como de los atavismos sobrenaturales condensados en la expresión “si Dios quiere”, a pesar de lo cual ni el pintor ni sus mujeres renuncian al goce festivo y de celebración que hay detrás de cada uno de esos sueños, que convierten a Padrón en uno de los artistas de la primera mitad del siglo XX que participan, a través del arte, en el proceso de cambio del discurso tradicional escrito exclusiva e históricamente en masculino plural, al relato plural, diverso e inclusivo que demanda la sociedad actual.

El supuesto desenlace teatral de La Rama en Antonio Padrón viene dado por la ofrenda que, a modo de acción de gracias, representa el final de la cosecha o la zafra, bien sea de tierra adentro o de mar afuera, con la que culmina el calendario campesino-marinero, no exento de fe y de suerte envuelto en la amalgama discursiva de la confluencia astral que marca el comportamiento de los elementos naturales como son: La Tierra, el Agua, el Aire y el Fuego, al que le añadiría el Espíritu por el arraigo popular que Padrón vivió, conoció y que rezuma en su obra.

En la ofrenda como objetivo final de un proceso festivo que emana del pueblo es donde en palabras de Ubierna “cristalizan las aspiraciones colectivas que aúnan la pertenencia y la identidad de una sociedad ya que son originales, se transmite por tradición y son propias de un espacio y un tiempo. Todo hermoso bagaje al que un artista como Padrón no pudo ser ajeno”.

Quien me iba a decir que cuarenta años después de aquella mi primera visita y siendo consejero del PSOE en el Cabildo de Gran Canaria, defendería la moción aprobada por unanimidad en la Comisión de Cultura, por la que a la denominación hasta entonces de Casa Museo Antonio Padrón, se le añadiría el complemento de “Centro de Arte Indigenista”, con el que se ampliaba el continente que del museo siempre compartí con César Ubierna.

Aniversarios

A pesar de que entonces no hubo fecha que marcara aniversario alguno para tal decisión sino la cordura unánime de quienes integrábamos aquella Comisión, quisiera seguir entendiendo que las fechas son pretextos que justifican- en el buen sentido de la palabra- la reactivación constante de la obra de cuantas personas relevantes, cada cual en su medio y en su disciplina, han aportado al patrimonio colectivo y el acceso al mismo, sin que la situación de pandemia en la que estamos inmersos, suponga olvido alguno- que no lo está siendo-, que los aplazamientos no supongan la suspensión definitiva de determinadas acciones sin tener que esperar a los plazos clásicos de los aniversarios porque además de cultura, que por sí sola es más que suficiente, la obra de Beethoven en el 250º aniversario de su nacimiento, la de Benito Pérez Galdós y Antonio Padrón, en los centenarios de su muerte y nacimiento respectivamente, además de generar conocimiento también son una fuente de economía para la ciudadanía que se enriquece intelectualmente y para los sectores y empresas concurrentes al hecho cultural.

En este sentido el centenario del nacimiento de Antonio Padrón es una excelente ocasión para visitar su Casa Museo- Centro de Arte Indigenista, porque la visita es posible y en condiciones completamente seguras, es un momento ideal para conocer su obra o hacer nuevas lecturas de la misma (entre ellas la festiva) y de paso acercarse al patrimonio prehispánico del Noroeste de Gran Canaria y disfrutar del mismo emulando a “… Antonio Padrón, que como buen expresionista, fue un hombre amante de las fiestas plasmando en su obra tradiciones y celebraciones populares de aquellos años; las amó como patrimonio del quehacer colectivo y, fundamentalmente, como un marco lúdico y festivo en el que rastrear las huellas de nuestro pasado…”.

Definido a sí mismo como un “expresionista sin desgarraduras” y a pesar del sentido trágico que supuestamente encierra parte de su obra según qué lecturas, sus molinillos, sus turroneras o sus cometas destilan la esperanza que alberga el sentido festivo de la vida contenido en la de este poeta-cronista del agro canario que es Antonio Padrón, elementos que me retrotraen a mi infancia, evocando y provocando la sensorialidad al completo con aquellos olores a pino, poleo, eucaliptus o retama, a zapatos nuevos y ropa para estrenar, los sabores del condumio y de las golosinas propias de la fiesta o el bullicio, la música y los voladores de la misma, razones por las que según César Ubierna, Antonio Padrón no pudo renunciar a las “señas de identidad” existente en las fiestas populares. La fiesta que Antonio amó está llena de mujeres que posan trabajando en el festivo bullicio, en medio de la algarabía, rodeadas de molinillos y ruletas a los que la brillantez colorista del pintor les concede un rasgo espiritual, una cualidad sonora.

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