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Gambito al futuro

Dentro del amplio argot ajedrecístico, la palabra gambito se emplea para describir a una de las infinitas situaciones que se pueden ocasionar dentro de los límites de un tablero de ajedrez. De origen italiano, cuyo significado dibuja una zancadilla, el término se emplea cuando uno de los jugadores decide sacrificar un peón durante el inicio de la partida para obtener como recompensa una posición favorable con sus piezas.

Lo más parecido que se pueda acercar a este ejemplo en otros términos deportivos fue aquella sobrada que lanzó el mítico entrenador del Barcelona o Inter de Milán, Helenio Herrera, cuando expresó que “al fútbol se juega mejor con diez jugadores que con once”. Se hace díficil creerlo, pero a él le debió funcionar en algún partido para decir semejante fanfarronada.

Recogiendo el cauce del club azulgrana y las distintas bravuconerías que se pueden llegar a hacer o decir, contaré la que me animé a hacer para ver el último Barça-Betis de LaLiga.

Decidí llamar a mi padre para verlo juntos. Él nació en Vegueta, pero ahora solo le falta decir “qué pasa pishita” cuando nos vemos. Le propongo ver el partido en el Bar Milagros, justo donde está constituida una de las peñas del conjunto bético. Porque, ¿qué mejor opción que pasar una tarde comiendo chipirones, bebiendo ron y cachondeándome de lo viejo que está Joaquín en las mismas entrañas del enemigo?

El que me conozca puede saber que siento un amor predilecto por el club azulgrana, como por el sabor de un buen Arehucas Cola. Pocas cosas más pueden distraer mi atención y mucho menos si las dos se mezclan en tiempo y lugar. Pero hay una que está por encima de cualquier cosa, la joya de la corona: el ajedrez.

Y allí, en mitad del cachondeíto andaluz y en lo que estaba siendo un baño del Barça al Betis –para qué obviarlo–, alguien lanzó una pregunta. “¿Ya han visto la serie esta de ajedrez que está en Netflix? Gambito de Dama. Metiene enganchadísima”.

Desde ese momento Messi pasó a un segundo plano y Beth Harmon, la protagonista de dicha serie, fue la actriz principal de aquella sobremesa bajo el sol. “Yo no tengo ni idea de jugar, pero ya hasta estoy viendo vídeos en Youtube para aprender”. Estos y otros comentarios de igual sintonía coparon la tarde.

Seguramente la chica que me lo dijo desconoce mi trayectoria sobre el tablero y me trataba de convencer de lo fascinante que le resultaba ver cómo una niña huérfana de Estados Unidos en la década de los 60 podía convertirse en pocos años en la campeona del mundo gracias a su ingenio... y a algún fármaco sospechoso.

Para el que no haya visto la serie –tranquilos, no hay spoilers–, la trama describe una meteórica escalada de una ajedrecista novata hasta el cetro mundial en una época en el que la Guerra Fría circundaba el planeta. Una historia de superación con trazas de empoderamiento femenino en un juego reservado para los hombres acorde al marco contemporáneo del machismo imperante.

Este guion, junto a la magia que muchos le achacan al deporte ciencia, han catapultado a Gambito de Dama como la miniserie más vista en la historia de Netflix. 62 millones de hogares la han visionado en algún momento.

Es obvio, entonces, que con este boom audiovisual hayan llegado innumerables opiniones, análisis y críticas de todos los rincones del mundo. Expertos en la materia, otros no tan expertos y hasta éste que les habla.

Lo que me sorprende es que las críticas más destructivas de la serie que he visto provienen del círculo ajedrecístico que aun conservo en mis redes sociales, sobre todo de los más puristas.

Muchos de estos achacan los cuantiosos errores que arroja la serie. Y es verdad, mi primera sensación al ver cómo los actores cogían las piezas de la forma más inverosímil de cómo lo haría un profesional fue de total rechazo. “Vaya, otra película mal tratada”, pensé entonces.

Pero a medida que dejé pasar los capítulos, a la vez que me ahorraba algún disgusto por tener que ver en la pantalla cómo la aspirante a campeona del mundo mostraba un comportamiento en las antípodas del mismo Kasparov, caí en la cuenta de la magia que los ajedrecistas achacamos a la diosa Caissa.

La deidad que inventó este deporte y le da por predecir el porvenir me sopló para inspirarme con la misma claridad que Harmon lo hace en el tablero.

Ahora veo que la serie en sí misma es un gambito. Se han sacrificado algunos dogmas, pero la ventaja que ha cobrado el juego es infinita. La venta de tableros se están disparando, los padres preguntan por clases paras sus hijos y las retransmisiones online son mayores que las de un Barça-Betis en un fin de semana con rones de por medio –no lo digo yo, ahí están los datos–. ¡La serie es un regalo en estos tiempos de ocio y consumismo inmediatos!

Eso sí, lo de que unos soviéticos se agolpen en un teatro para aplaudir a una chica americana no lo puedo pasar ni con un trago del mejor vodka.

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