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Exorcismo

Las letras de todas las canciones de Nick Cave, reunidas por primera vez en castellano

Exorcismo

Hay dos cosas que me hacen pensar en el Nick Cave de los primeros tiempos, cuando lideraba el grupo de rock The Birthday Party. Una es la frase “libera te tutemet ex inferis!” (“¡sálvate a ti mismo de los infiernos!”), que oímos decir a un científico que se ha sacado los ojos en la película Event Horizon. La otra es el final de “Vidas ejemplares”, un poema de Víctor Botas: “Tibios, / húmedos sacos llenos / de huesos, tripas, mocos, semen, mierda”. El cantante y compositor australiano, quizá el cantautor más grande surgido en las últimas décadas en la estela de Dylan, Cohen y Neil Young, consiguió salir de aquel infierno de violencia, amores extremosos y adicciones muchos años después, y hoy es un hombre de 63 años que recientemente ha pasado por un infierno aún peor: la muerte de un hijo, una pérdida tan terrible que ni siquiera tiene palabra que la designe.

La obra lírica de Cave, las letras (lyrics en inglés) de sus canciones, aparece recogida por primera vez en castellano en esta preciosa edición bilingüe de Libros del Kultrum, que además de los textos de todas sus composiciones, incluye un ensayo del músico sobre la canción de amor, amén de otros materiales de interés (una pequeña selección de “The sick bag song” y “The red hand files”), todo ello en traducción de Miguel Izquierdo.

El Cave que en 1982 cantaba “nos arrojaron al súcubo / y fuimos pasto del íncubo”, o “cabezas de carne como yo se hinchan y derriten / cuando mi lengua toca a su vez la de la teta”, no parece el mismo Cave que en 2019 susurra, pensando en Arthur, su hijo muerto: “Somos luciérnagas atrapadas en la mano de un niño pequeño / y todo es tan distante como las estrellas. / Estoy aquí y tú estás donde estás”. Imposible no oír un eco de “El cuervo” de Poe en ese último verso, que en inglés suena como una despedida transida por la esperanza (escéptica) de reencuentro: “I am here and you are where you are”.

En los 37 años que transcurren entre las dos primeras citas, extraídas del álbum “Junkyard”, y la tercera, que procede de “Ghosteen”, una de las cimas de su arte, su último y más celebrado logro, Cave ha suministrado a sus admiradores (un selecto grupo de incondicionales que ahora son legión) una discografía prácticamente inmaculada que le ha granjeado el estatus de intocable. Es una estrella. Pero en 1984, cuando quien esto escribe pudo verle en acción al frente ya de “The Bad Seeds”, todavía era un hombre que cantaba (es un decir) para expulsar a sus demonios; que los echaba fuera, parecía, a base de espasmos, gritos cavernosos y contorsiones.

Cave ha hecho del exorcismo su principal vía de expresión, y de su saco lleno de huesos, tripas, mocos, semen, mierda, ha extraído gemas y metales preciosos en la forma de canciones conmovedoras y coléricas: una alquimia en la que el elemento lírico es crucial, ya esté depurado al máximo como en “Your Funeral… My Trial” (1986) o “The Boatman’s Call” (1997), o expandido hacia lo narrativo, como en “Murder Ballads” (1996) o “Dig, Lazarus, dig!!!” (2008). Y eso, por proponer algunos títulos, porque uno y otro proceder se combinan con éxito en casi todos sus discos.

En las 458 páginas de que consta esta Obra lírica completa, con prefacio de Andrew O’Hagan y prólogo de Will Self, el lector de poesía y el aficionado musical podrán encontrar ejemplos del Cave más demoníaco, del que se autoexorciza, del narrador que remeda a Faulkner y el gótico sureño, del fatalista, del religioso que echa pestes de la religión, del que se hurga sin piedad en la herida abierta por la muerte de su hijo Arthur... Y muchas, muchas canciones de amor: jubiloso, desesperado, erótico, procaz, imposible..

Versos como “Mary en el bajío se ríe / allí donde resbalan las carpas, / asustadas por su mera sombra / que oscurece mi corazón y estas aguas” (“Sad waters”, 1986), o: “La silla del perdón humea / y creo que se me derrite la cabeza / y en cierto modo ayudo / a que la verdad no se retuerza” (“The mercy seat”, 1988), son muestras de una lírica que se vale de un lenguaje ajustado, sin la potencia metafórica que tuvo el de Dylan una vez (ni la sabiduría irónica y discreta de Cohen), y que puede conectarse sin demasiadas acrobacias críticas con el legado del segundo romanticismo inglés (Keats y Byron más que Shelley) y, en nuestro tiempo, el trabajo de Auden, el John Berryman de las Dream Songs, Allen Ginsberg o Sharon Olds, poetas todos por los que ha mostrado aprecio.

La lectura del volumen arroja la conclusión de que, disco a disco, Cave ha ido haciéndose cada vez más abstracto y alegórico y ha recurrido menos a personajes interpuestos, para centrarse en su propia visión de las ambiciones, pasiones y debilidades humanas; una trayectoria que, lejos de declinar por cansancio o repetición, se reinventa cada vez a sí misma, y en la que, como solo ocurre con los creadores excepcionales, lo último es siempre lo mejor.

Así, entre ecos de Blake, estos versos, extraídos de “Canto a la rotación”, de “Ghosteen” (2019): “El árbol del jardín era una escalera. / Dieciséis ramas tenía de alto. / En la rama superior había un nido. / Canta el nido alto y nublado”.

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