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El amor como un acto de rebeldía

La poeta grancanaria Acerina Cruz publica ‘El pez limpiafondos’ (Versátiles, 2020), un poemario arropado por imágenes de Alicia Pardilla

Una de las imágenes que integra la parte visual del poemario ‘El pez limpiafondos’, de Acerina Cruz.

La última travesía poética de Acerina Cruz (San Bartolomé de Tirajana, 1983) navega en aguas nuevas, pero sobre la misma barca de la observación silenciosa que trenza los acontecimientos cotidianos, la conciencia crítica y su transformación creadora en la revelación del verso. Si su poemario anterior, Si la arena resiste (Versátiles Editorial, 2019), cartografía la feria de caminos de ida y vuelta en el paisaje socioturístico del sur de Gran Canaria, El pez limpiafondos (Versátiles Editorial, 2020) vuelve la mirada hacia el espacio íntimo, con su ceremonia de desencuentros, reencuentros y memoria. Esta transición desde los lugares de paso a las huellas del amor que permanece inaugura, además, un giro estilístico en que la poeta grancanaria afila su mirada irónica, desovilla las posibilidades del lenguaje para jugar con la palabra y el recuerdo, y explora las profundidades de la pecera como símbolo de la casa que habitamos, y de la piel muerta de las derrotas y victorias que renacen en el espejo de la persona amada.

Pese a su temor de que el título no evocase la materia amorosa que conforma este poemario, Acerina Cruz confesó que “peleó por él hasta el final”. Así lo reveló en la pasada edición de la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria, donde recitó por primera vez varios poemas de El pez limpiafondos junto a la poeta Alicia Llarena, quien leyó a su vez otros tantos de su poemario más reciente, El amor ciego (Huerga y Fierro, 2019), trazando, así, un diálogo poético desde extremos contrarios, ya que, si Alicia poetiza en este último el amor fou que nos acuchilla hasta despertar de la ceguera, Acerina celebra el amor que se reinicia y reinventa contra el tiempo. “Si tuviese que destacar tres claves de este libro, diría que el amor y el tiempo son dos elementos fundamentales, junto con el destiempo”, declaró la poeta.

Y si ambos poemarios nacen en la grieta entre la realidad, la imaginación y el discernimiento, la voz poética de El pez limpiafondos evoca la escritura introspectiva, corpórea e igualitaria de la poeta estadounidense Adrienne Rich, a quien Acerina referencia en más de un poema y cuyos versos siguientes, que encabezan el poema En un concierto de Bach, podrían resumir el sustrato de El pez limpiafondos: “Dijimos que el arte y la vida son polos opuestos. Aquí nos acercamos a un amor que no conoce la lástima”.

Así, este conjunto poético se escinde en dos partes diferenciadas pero entrelazadas: El pez limpiafondos y Más de amor, cuyo recorrido avanza en distintas direcciones hacia una progresiva experimentación, idealización y profundización. Además, su estructuración como mosaico poético se enmarca, a su vez, en un baile multidisciplinar donde la poesía dialoga con una propuesta visual a cargo de la artista grancanaria Alicia Pardilla, concebida como “motas de cosas, trizas o migajas en flotación o en el fondo a modo de posibles signos”, según indica en el prólogo del libro. Esta imbricación de texto e imagen resulta de un intercambio de “reflexiones y análisis entre artista y autora a fin de establecer un diálogo más íntimo”, que se materializa en un juego poético-visual dominado por “la resignificación del espacio íntimo y de ciertos objetos asociados”.

En esta línea, la primera parte homónima de El pez limpiafondos entreteje un tapiz poético con retazos de escenas cotidianas o de “la rutina dictada”, postales de viajes, momentos clandestinos, la carga repartida de las bolsas del supermercado o el sonido de los cubiertos en la mesa, si bien apunta el poema Las etiquetas de la ropa que: “Nunca quise aprender a coser / a pesar de que me daban hilos. / No tengo la habilidad de Aracne / para tejer mis propias redes / entre las legislaturas de una casa”. En este sentido, su ejercicio poético se asemeja a la imagen sutil que describe La cadena de oro: “Las cosas que mejor guardo se enredan entre todo y entre sí, por eso desando los nudos de la cadena de oro pacientemente y la vuelvo a guardar en el joyero, en un nuevo olvido doméstico por donde es posible volverte a conocer”. Trufada de referencias intertextuales cinematográficas, literarias y pictóricas, esta miscelánea sensorial de aromas, melodías y vivencias se construye sobre lo que Milan Kundera acuñara como la “memoria poética”: “Parece como si existiera en el cerebro una región totalmente específica, que podría denominarse memoria poética y que registrara aquello que nos ha conmovido, encantado, que ha hecho hermosa nuestra vida. [...] El amor empieza por una metáfora. Dicho de otro modo: el amor empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética”.

Por su parte, la poética de Más de amor se adentra en el mar hasta elevar los pies sobre el fondo e invocar ese deseo de eternidad inherente al sentimiento amoroso, con los ecos de la diosa Venus en los cuadros de Tiziano y Giorgione o las tormentas de Venecia, donde el horizonte es el mapa de la piel “a lo largo y ancho del cuerpo conocido”.

Y si el lenguaje de los peces atraviesa el conjunto del poemario como una sutil corriente subterránea, la metáfora regresa siempre al mar “como introducción del amor, de la tempestad y la calma”; como símbolo de lo insondable y lo perenne, pero también del ahogo y el naufragio. En definitiva, el amor como un conjunto de olas sucesivas donde el desafío estriba en regresar a la orilla de un nuevo estadio, pero también el mar como reflejo del paso inexorable del tiempo que los amantes detienen, corrigen y arañan al propio tiempo. Esta reflexión poética sobre el amor como aprendizaje y como espejo, como nostalgia y como proyección, reivindica “la intimidad como un acto de rebeldía”, puesto que “solo los fantasmas son verdaderamente felices / pasean sin dejar huellas efímeras en la nieve”.

Con todo, corresponde a la mirada de cada lectora y lector la interpretación de la figura del hypostomus plecostomus, conocido popularmente como “pez limpiafondos”, entre otros sobrenombres, que ingiere los residuos de las peceras y garantiza el saneamiento o equilibrio de su ecosistema. En cierta manera, el pez limpiafondos podría representar ese beso o puerto de llegada que, al final del día, limpia las miserias y contrarrestra nuestros temores e incertidumbres. Aunque quizás el pez limpiafondos, carente de escamas pero revestido de espinas, como las rosas o como la poesía, sea también la propia mirada poética que explora, digiere y procesa la realidad imaginada para volver a respirarla a través de los versos, entre las profundidades del agua y la última palabra, como la que cierra este oleaje poético.

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