Marissa escapó de Guinea Conakry junto a su hija de cinco años para evitar que le hicieran la ablación, pero jamás pensó que al llegar a Fuerteventura la apartarían de la pequeña, a la que enviaron a un centro de menores hasta que unas pruebas de ADN demostraran que ella era su madre. Desde entonces, han pasado casi dos meses. El suyo no es un caso aislado. Se está repitiendo en las últimas semanas y es la aplicación directa de las directrices de la Fiscalía de Menores para prevenir el tráfico de niños, cuyos efectos critica abiertamente la Consejería de Derechos Sociales del Gobierno canario, a quien compete la tutela de los niños en desamparo.

Yaiza Martín es trabajadora de Misión Cristiana Moderna, una de las entidades sociales que acoge a inmigrantes en Fuerteventura. Lleva más de dos meses escuchando llantos y súplicas de madres que han visto cómo son separadas de sus hijos, algunos de dos y tres años, y enviados a centros de menores. Explica que “cuando llegan al puerto, a los niños los envían a centros de menores y a los adultos a una nave en el muelle (donde les hacen la PCR y filiación); luego a otra nave a pasar la cuarentena de la covid y después al albergue, pero a los niños no se los devuelven hasta que no salga la prueba de ADN, que suele tardar entre tres y cuatro meses”. Las madres “viven esto de forma muy dramática, porque no saben dónde acudir”, dice Martín.

Asuntos Sociales critica la directriz de la Fiscalía de Menores para evitar el tráfico de niños

“He cruzado fronteras para llegar aquí con mi hija, para que pueda tener una educación y, al final, ha sido peor porque estoy separada de ella”, se lamenta Marissa, una joven de 25 años que dejó en Guinea Conakry a su marido y los estudios de Relaciones Internacionales. La mujer llegó el 27 de agosto en patera a Fuerteventura. Asegura que después de permanecer 72 horas en una nave del muelle de Puerto del Rosario, le retiraron a su hija, le dijeron que la separación era por causa de la covid y que, en unas semanas, se la devolverían. Pero no ha sido así. Desde entonces, solo ha podido verla por videollamada y un día de lejos en la playa.

No le permitieron tocarla

Tras finalizar la cuarentena, la joven fue alojada en el albergue de Misión Cristiana Moderna. Un día se enteró de que su hija estaba con los cuidadores del centro de menores en la playa de Puerto del Rosario y corrió allí con la ilusión de poder verla, pero no le permitieron tocarla. “Vi que había adelgazado mucho y las dos empezamos a llorar”, recuerda. “He cruzado la frontera para que mi hija estuviera mejor y pensando que España era diferente, que aquí se preocuparían de los niños y de nosotras, pero veo que es todo lo contrario”, lamenta.

La historia de Marissa es similar a la de Mariame Diomandé y Bintou Camara. Las tres se han juntado para contar a Efe su vida con el único anhelo de que alguien las escuche. Después de un viaje que duró un año y siete meses de Costa de Marfil a Marruecos, Mariame cuenta con tristeza cómo vio que su hija la llevaban a un centro. Desde entonces, solo ha podido verla un día en la playa y a través de videoconferencia. Desde que llegó a Fuerteventura, dice que no puede dormir pensando en su hija y su estómago se ha convertido en una trinchera que no deja pasar los alimentos.

Marissa: “No me dejaron ni tocar a mi pequeña. Cuando la vi, las dos empezamos a llorar”

Bintou Camara explica que nunca se había separado de su hija, de tres años, hasta que en agosto llegó a Fuerteventura y la enviaron a un centro; lo segundo que comenta es que su hija no come ni duerme y, cuando habla con ella por teléfono, lo único que le dice es que quiere estar con ella. Yaiza Martín explica que las madres solo tienen contacto una vez lo permite el centro de menores, “normalmente a las dos semanas empiezan a tener videoconferencia con sus hijos una o dos veces a la semana, depende del centro; en unos se les permite más que en otros”.

La trabajadora de Misión Cristiana señala que las visitas están prohibidas hasta que lleguen los resultados del ADN, “pero esto no deja ser un pueblo y ellas los buscan por Puerto del Rosario para poder verlos”.

Contar el sufrimiento

Aissa Didla acaba de terminar la cuarentena que exige Sanidad a quienes llegan en patera a España, también quiere contar su sufrimiento. Sentada en una silla empieza a contar su historia, mientras intenta tranquilizar a su hijo Ibrahima, de ocho meses. Su hijo mayor, de nueve, está en un centro desde que el 26 de septiembre llegaron a la isla. Asegura que a su hijo se lo retiraron en el muelle y le dijeron: “Aquí en Europa acogemos los niños en un lado y a ustedes en otro”.